No hay nada que hacer: la realidad de un impresora dañada por incendio

Índice de Contenido
  1. Una solicitud inusual
  2. Una situación desalentadora
  3. Un panorama desolador
  4. Un desafío imposible
  5. Daños irreparables
  6. Una difícil conversación
  7. La verdad incómoda
  8. La realidad de la situación
  9. Una petición insólita
  10. Un desacuerdo inevitable
  11. Un toque de gratitud

Una solicitud inusual

Recientemente recibí una de mis llamadas favoritas: una empresa me pidió que fuera a revisar una impresora que se había quemado en un incendio en su edificio. La expectativa era encontrar una impresora cubierta de hollín y un cliente deseoso de asegurarse de que funcionara antes de conectarla.

Una situación desalentadora

Al llegar, me encontré con el cliente esperando impaciente. "Genial", dijo, "necesito que esto funcione lo antes posible". Me llevó a un edificio temporal y lo primero que me golpeó fue el olor a plástico quemado.

Un panorama desolador

Al observar a mi alrededor, había muchos objetos deformes en la habitación: teléfonos derretidos, faxes ennegrecidos, escritorios carbonizados y sillas distorsionadas. Lo más notable era el olor a plástico quemado y espuma extintora.

Un desafío imposible

"¿Qué opinas? ¿Cuánto tiempo tomará arreglarlo?", preguntó el cliente. No pude evitar preguntar: "¿Dónde está la impresora?". El cliente me señaló un objeto que parecía el resultado de un grave accidente automovilístico.

Daños irreparables

La impresora había sido de primera categoría, con sistema de alimentación automática y opción de impresión a doble cara. Solo pude reconocerlo porque vi el número de serie colgando del montón. Ahora, medía menos de nueve pulgadas, reducida a una masa amorfa de plástico derretido.

Una difícil conversación

Le expliqué al cliente que no había mucho que se pudiera hacer debido a la falta de daños. "La mayoría de las cosas se han ido al basurero, pero creemos en reutilizar o reciclar cuando sea posible", me dijo.

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La verdad incómoda

"Lamentablemente, no creo poder hacer nada con esto. El daño es demasiado extenso", le dije al cliente. Esto no le agradó en absoluto y su actitud se volvió menos amigable. "Es típico de las grandes empresas, cualquier cosa se puede reparar, pero nadie quiere hacer el esfuerzo", me reprochó.

La realidad de la situación

Le expliqué que no había ninguna parte de la impresora que no estuviera dañada y que reconstruirla costaría una fortuna. En ese momento, la cliente cambió su actitud.

Una petición insólita

"Quiero un informe de estado por escrito para la compañía de seguros y no se te ocurra cobrarme por ello", exigió. Le respondí que cualquier tiempo que invirtiera en el informe sería facturable ya que el daño no era culpa de la máquina.

Un desacuerdo inevitable

Ella me respondió con una de las frases más desagradables que un cliente puede decir: "¡No quiero escuchar eso!". Aunque no fuera lo que ella quería oír, era la realidad. Con bluntness, le pregunté qué quería que hiciera.

Un toque de gratitud

Me sorprendió que alguien pensara que podría hacer algo con la impresora, pero al mismo tiempo, me conmovió su confianza en mis habilidades técnicas.

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