La justicia de cada día

La justicia de cada día

Rolando E. Gialdino

Fuente: Investigaciones 1/1998

“Había un juez en una ciudad –nos enseña San Lucas– que ni temía a Dios ni respetaba a los hombres. Había en aquella ciudad una viuda que, acudiendo a él, le dijo: “¡Hazme justicia contra mi adversario!”. Durante mucho tiempo no quiso, pero después se dijo a sí mismo: “Aunque no temo a Dios ni respeto a los hombres, como esta viuda me causa molestias le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme”. Dijo, pues, el Señor: “Oíd lo que dice el juez injusto y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que están clamando a él día y noche…?” (Lc 181 –7).

La parábola inculca la eficacia de la oración y, también, retrata a un juez inicuo. El juez solo juzgará para desembarazarse de quien le pedía, únicamente, lo propio de aquel: hacer justicia.

Podríase pensar que se trató de un hombre irresponsable ante el deber. Sin duda. Pero, también, que juzgó con pesar. No lo molestó la injusticia, sino el repetido pedido de la justicia.

El juez del que habla San Lucas perdió, así, una buena oportunidad, una oportunidad de gozo.

Porque el juez que, con perpetua y constante voluntad, da a cada uno lo suyo, vale decir, el juez recto, el que sinceramente intenta serlo, encuentra en todos y cada uno de sus actos, ocasión de alegría así como el pesar es la carga del inicuo y el omiso.

La cotidianeidad, la rutina, suelen ser ocultadoras. Esconden, regularmente, abundante fruto. Porque impartir justicia, jornada tras jornada, es resolver conflictos entre partes, pero también mucho, muchísimo más. Es introducir en el mundo de la vida de todos, y no solo de los litigantes, un elemento siempre novedoso y trascendente, aunque para el juzgador sea un mero unir de eslabones a una infinita cadena. Contrariamente a lo que hace ya mucho tiempo se creyó, es el mismo sol el que alumbra cada mañana. Y no por ello se ha vuelto menos deseable, pero tampoco por ello dos mañanas son iguales.

Advertir esa riqueza que anida en el cada día del juez resulta, por ende, tanto para él como para la sociedad, un asunto vital.

Y esto es así, dado que también hay mañanas tormentosas. ¡Que con cadenas se esclaviza, y con cadenas se rescata!

Una de estas últimas mañanas, quizá, oscureció al juez que hemos recordado.

Recobrar el día. Un breve día, como todos. ¿Pero cuánto más se necesitaba para proteger a la desamparada viuda?.

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