La marcha silenciosa

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Darío Cocetta

Redactor responsable

Rodolfo Capón Filas

El estómago. En algún momento de la vida, uno se da cuenta. Que lo olvide, o se haga el que no se dio cuenta, no impide la llegada de ese momento. Uno, en algún instante de su propia vida, lo ve. ¿De qué estamos hablando lector o lectora? De una mala noticia, que nuestra existencia, transcurre en la panza de un monstruo. Muchos ya saben de qué estamos hablando otros seguramente no. ¿Usted no lo cree lector o lectora? Está en su derecho, y está en su conciencia. Pero, aunque no lo queramos ver, estamos en una gran panza. El estómago de un particular monstruo, que sostenemos y alimentamos todos los días.

Todos las mañanas, de todos los días, cuando abrimos los ojos, vemos desde dentro sus sinuosidades. Cuando abrimos la puerta de nuestra casa, las rugosidades de sus paredes ya se ven con mayor nitidez. Y cuando llegamos a los lugares donde trabajamos, no solo se mantiene la misma escenografía,sino que allí, como si se cumpliera con la irreversibilidad de un mito, nuestra cabeza se separa de nuestro cuerpo, y nuestro cuerpo, y nuestras manos, y nuestra respiración, toman el ritmo cardíaco del monstruo que nos ha engullido. Ese es el momento de mayor nitidez, de nuestro propio olvido.

Cuando el tiempo del monstruo nos lo diga, volveremos a nuestro suburbio, a arrojar nuestro cuerpo en algún jergón o en una mullida cama para dormirnos, reflejando nuestros ojos y nuestra piel los rayos azulados de las televisiones. Su luz azulada. Esa terrible luz azulada, que dispara a nuestros ojos. Y esas risotadas, y esas tremendas catástrofes que suceden en lugares que no conozco. Luces azules, y esa necesidad diaria de poder dormir un poco.

Quizás a ese narcótico, le sumes otras adicciones que te ayuden a olvidar.

Gracias a ese momentáneo alivio que recibimos, y a ese descomunal miedo que nos fueron inoculando y nosotros alimentamos gracias a todo ello, tendremos la sensación que eso que vemos todo el día, no es un vientre que es la vida. Pero, con la mañana volverá esa repetida pesadilla, que será así hasta que caiga nuevamente el sol.

Sin embargo, en ese breve momento de paz, cada noche, tendremos única y repetidamente, bajo inesperadas formas, la aparición frente a nosotros de la eterna llamada de la especie para que trate de derrotar al monstruo que nos ha tragado.-

Jugos gástricos.¿De qué hablamos? ¿De una licencia poética o el espejo que cuenta la vida que llevamos (de forma impuesta)? A veces son necesarios los espejos. A veces la dureza de algunas visiones nos auxilia y suele conmovernos. A veces se forma la grieta y decidimos salir de ese espantoso letargo al que nos inducen. ¿De qué hablamos? , de “(…) lo que Istvan Mészàros ha llamado el proceso sociometabólico del Capital (y no solamente del capitalismo, puesto que la lógica de ese proceso puede anteceder tanto como sobrevivir a los regímenes sociopolíticos que se identifican con ella): un proceso que incluía a los denominados “socialismos realmente existentes”, y que por supuesto va mucho más allá de la economía, para colonizar el entero “mundo de la vida” hasta en sus rincones más íntimos, bajo la lógica matricial del fetichismo de la mercancía, esa verdadera metafísica del capital“ (1) .

Eduardo Grüner nos habla claramente de este omnipresente proceso social, articulado que lleva ya quinientos años de perfeccionamiento, y sostenido sobre una particular religión, la “religión de la mercancía”.

“De esa religión que, (…) es la religión que en toda la historia ha calado más hondo en el funcionamiento “objetivo”, inconsciente, de todas y cada una de las prácticas humanas. Esa es la radical diferencia específica de la religión del capital respecto de cualquier otra: que, como diría Foucault del poder (¿y de qué otra cosa estamos hablando?) no se limita a impedir, a reprimir, a encuadrar o a dominar a los sujetos: los produce, de manera homóloga a como Horkheimer y Adorno, en las páginas célebres de “La industria cultural” –un concepto que para ellos, como el de plusvalía o fetichismo para Marx, tenía un alcance filosófico, incluso ontológico, descomunal– teorizan los modos en los que la racionalidad instrumental no solo crea “objetos”, sino sujetos para esos objetos.”(2)

Cuerpos inertes. Todo parece que está en paz. Una extraña paz romana, que no surge de la derrota en las armas, sino que se impone desde dentro de nosotros. Una disputa que se inicia en la cabeza y el cuerpo de cada ser humano, y luego se conserva latente y al servicio del que manda. En la realidad, podemos reconocer la existencia de una particular y semioculta guerra. ¿De qué enfrentamiento hablamos? Son las formas que le atribuimos a la sociedad que vivimos hoy. En esta guerra, el campo de batalla son nuestros cuerpos, nuestra psiquis. El fin y el medio, es lograr nuestra uniformidad. Es la utopía de la mímesis del sistema.

Todo parece en paz y en orden. Pero como muchos han explicado ya frente a este sistema (y su aparato cultural), esta paz solo se sostiene sobre condiciones de violencia sobre el planeta, sobre nuestra propia especie y sobre la vida misma que van a traer, en forma inevitable, su propio abandono.-

Parte de la construcción de nuestra propia esclavitud, es la imposibilidad para ver este camino de abandono hacia otras formas societarias.

¿Por qué no vemos ese camino? ¿Qué detiene nuestros primeros pasos? Quizás la cuestión sea sencilla pero por tan evidente y monstruosa, no podamos reconocerla. La mirada crítica, se la ha engullido el monstruo, también.

El abandono. El convite es necesario, por eso lo hacemos. Los que hacemos esta revista sabemos que el convite para algunos (cada vez menos) puede resultar extraño, pero eso no debe importar. Este convite, ya hecho por infinidad de personas, y que nosotros reproducimos, es necesario. Es necesario para la especie, y para la vida. Las miradas de quienes amamos, y sus voces, nos esperan. Lo hacemos por necesidad y por convicción. Debemos iniciar la marcha para abandonar al monstruo.-

Si usted cree que es una idea de pocos, se sorprenderá. Quizás piense así, porque no ha reparado bien en lo que lo rodea. Pero aquí nadie descansa, y si usted abandona por un momento la forma de descanso que le sugiere el manual de consumo (acomodándose frente a una pantalla), verá que es mucha la gente que anda por la calle de noche. Si usted sale de los recorridos habituales, y “para” en otros lugares, verá que la gente está fuera de la incubadora o sabe que su vida tiene un corte (un tiempo sirviendo al sistema, y otro fuera de él). Cuando la gente se decide y ocupa espacios públicos o cuando se encuentra en lugares que resisten al monstruo el hombre y la mujer, reciben sin esperarlo el llamado de la especie. El encuentro con el otro.

Esto no es una partida entre intelectuales, es una marcha silenciosa que ya se ha iniciado.

Nosotros, nos amontonamos en esos rincones, y lo esperamos.

(1) “Los avatares del pensamiento crítico, hoy por hoy” Eduardo Grüner

(2) “Los avatares del pensamiento crítico, hoy por hoy” Eduardo Grüner

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